Arte público en Paseo de la Reforma: cómo University Tower integra escultura monumental a su proyecto residencial

La torre residencial University Tower, en Paseo de la Reforma, integró la escultura “Un jardín”, de Aldo Álvarez Tostado, como pieza de arte público en su planta baja. Más allá de la anécdota, el caso abre una conversación sobre cómo el arte puede generar valor urbano y diferenciar proyectos inmobiliarios en corredores maduros como Reforma.

La discusión sobre valor en el sector inmobiliario suele centrarse en metros cuadrados, amenidades, ubicación y precio. Sin embargo, en corredores maduros como Paseo de la Reforma empiezan a surgir otros factores de diferenciación: uno de ellos es el arte público integrado de forma seria a los proyectos.

University Tower, una torre residencial en Reforma, develó recientemente la escultura “Un jardín”, del artista Aldo Álvarez Tostado, como parte de un Concurso de Escultura a Gran Escala organizado ex profeso para la planta baja del edificio. El concurso reunió 66 propuestas de artistas mexicanos y extranjeros, con un objetivo claro: encontrar una pieza capaz de dialogar con la arquitectura de la torre y con el entorno urbano de Reforma. 

La apuesta va más allá de la decoración. El caso pone sobre la mesa cómo el arte puede operar como infraestructura cultural al servicio de la ciudad y, al mismo tiempo, como componente estratégico de un proyecto inmobiliario de alta densidad.

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Un jardín en cantera negra: el arte como umbral urbano

“Un jardín” está realizada en cantera negra y se ubica al exterior del lobby, en planta baja. No es un elemento aislado; funciona como umbral entre la banqueta y la torre: marca el acceso, captura la mirada de peatones y vehículos e introduce un cambio de escala entre la calle y la verticalidad del edificio. 

Aldo Álvarez Tostado, originario de Nayarit y profesor en el ITESO, ha trabajado en una serie titulada “qué hay detrás de la reja”, donde abstrae textos y los convierte en estructuras que invitan a ser leídas y decodificadas. “Un jardín” es parte de esa investigación: una pieza que alude a la noción de jardín —como espacio de pausa y contemplación— en un contexto donde el suelo disponible es mínimo y la ciudad se vive en vertical. 

Desde la óptica urbana, la pieza cumple tres funciones clave:

– hace visible el edificio sin recurrir solo a la marca o el letrero,

– genera una experiencia de llegada distinta a la típica reja-caseta-pluma,

– introduce una capa de lectura simbólica al entorno, algo poco común en proyectos residenciales de alto perfil.

Concurso y curaduría: proceso, no ocurrencia

Un dato relevante es el formato: no se trató de “encargar algo bonito”, sino de un concurso con curaduría, jurado y revisión de 66 propuestas. El ejercicio produjo, además de la obra ganadora, dos menciones honoríficas: “Scribble”, del escultor belga Michel François —instalada también en el lobby— y una obra del artista mexicano Pablo Arellano que se integrará en una etapa posterior. 

¿Por qué importa el proceso? Porque marca una diferencia entre arte entendido como accesorio decorativo y arte asumido como parte del diseño del proyecto. El concurso obliga a:

  • definir criterios claros (diálogo con la arquitectura, escala urbana, legibilidad pública),
  • seleccionar por calidad y pertinencia, no solo por afinidad personal,
  • sentar bases para una relación más estable entre arte, edificio y ciudad.

Arquitectura, arte y planta baja activa

En ciudades donde la verticalización es intensa, la planta baja es la frontera crítica entre proyecto y ciudad. La curadora Polina Stroganova, parte del jurado, enfatizó que la escultura debía funcionar en ese punto de contacto: no como pieza “para adentro”, sino como elemento que habita la banqueta y la calle, visible para cualquiera que transite la zona. 

El arquitecto Enrique Macotela, responsable del proyecto arquitectónico de la torre, ha señalado que integrar arte a la arquitectura no es un lujo, sino una forma de recuperar una tradición que México tuvo durante décadas: edificios que incorporaban murales, esculturas y piezas permanentes como parte de su diseño. En el caso de “Un jardín”, la escultura dialoga con el concreto expuesto, la luz y la escala de Reforma, y busca evitar una planta baja cerrada, hermética, que se limite a reja, estacionamiento y acceso vehicular. 

Para la ciudad, la operación es simple pero poderosa: donde podría haber solo un acceso más, aparece una pieza de arte público de gran formato, que se suma a la constelación de obras que ya existen en el corredor.

Lo que deja el caso para el sector inmobiliario

Más que un evento aislado, el caso de “Un jardín” deja varias lecciones útiles para el mercado:

  1. El arte puede ser infraestructura de valor, no adorno Integrar arte con procesos serios (convocatoria, curaduría, selección) puede generar valor simbólico y urbano similar al de una buena plaza pública o un espacio comercial bien resuelto. En corredores saturados, esa capa extra de significado ayuda a diferenciar proyectos que, en papel, podrían parecer similares en m² y amenidades.
  2. La planta baja importa tanto como el penthouse En mercados donde los precios por m² ya son altos, seguir “compitiendo por arriba” (más amenidades en pisos altos, más metros privados) tiene rendimientos decrecientes. Cuidar la planta baja, abrirla a la ciudad e integrar arte o programas culturales puede tener más impacto en la percepción de valor que agregar una amenidad más en niveles superiores.
  3. El arte como puente con la comunidad Una escultura pública frente a un edificio residencial genera un punto de encuentro entre residentes, visitantes y peatones que nunca van a entrar al inmueble. Eso contribuye a cambiar la percepción de la ciudad frente a proyectos de alta densidad: ya no solo como enclaves privados, sino como actores que aportan algo al espacio común.
  4. Modelo replicable en otros activos Lo que sucede en Reforma puede escalar a otros corredores: proyectos de usos mixtos en periferias, parques industriales con arte público, conjuntos habitacionales con piezas integradas a sus espacios abiertos. La clave no es el presupuesto, sino el proceso: definir objetivos, invitar al talento adecuado y pensar la obra desde el inicio del proyecto, no al final.

Preguntas que vale la pena hacerse en cada proyecto

Para desarrolladores, inversionistas y despachos de arquitectura, el caso de University Tower funciona como checklist práctico más que como anécdota:

  • ¿La planta baja de mi proyecto aporta algo a la calle o solo se defiende de ella?
  • ¿Hay oportunidades de integrar arte o programas culturales que mejoren la experiencia del peatón y la percepción del inmueble?
  • ¿Estoy usando el arte como parte del concepto del proyecto o solo como accesorio que “rellena” espacios sobrantes?
  • ¿Puedo articular convocatorias o colaboraciones con artistas que den contenido real a mis espacios públicos y semi públicos?

En un contexto donde el costo del suelo y la presión regulatoria seguirán en aumento, los proyectos que entiendan el arte como herramienta de valor urbano —y no solo como gesto estético— tendrán una ventaja competitiva difícil de copiar: la de ofrecer experiencias que la hoja de cálculo no explica sola, pero que la ciudad sí reconoce.

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