Frank Gehry, el arquitecto canadiense-estadounidense que llevó la arquitectura contemporánea al mainstream global, murió a los 96 años en su casa de Santa Mónica, California, tras una breve enfermedad respiratoria.
Nacido en Toronto en 1929 como Frank Owen Goldberg, cambió su apellido a Gehry en los años cincuenta y se convirtió en una de las figuras centrales de la arquitectura posmoderna, ganador del Premio Pritzker y autor de algunos de los edificios más reconocibles del mundo.
Del Guggenheim Bilbao al “efecto Bilbao”
Su obra más famosa ante el gran público es el Museo Guggenheim Bilbao, inaugurado en 1997 en la ría del Nervión. El edificio, envuelto en placas de titanio y formas curvas casi escultóricas, se convirtió en símbolo de la transformación de un antiguo puerto industrial en destino turístico y cultural de referencia.
Ese fenómeno urbano —un proyecto cultural que dispara turismo, inversión y reposicionamiento global de la ciudad— terminó bautizado como el “efecto Bilbao”, concepto que hoy forma parte del léxico de urbanistas, desarrolladores e inversionistas inmobiliarios.
Más allá de la estética, el Guggenheim marcó un antes y un después en la conversación sobre cómo un solo activo icónico puede cambiar la percepción, los flujos y el valor del entorno construido.
Walt Disney Concert Hall, Fondation Louis Vuitton y otras piezas de ciudad
Gehry trasladó esa misma ambición a otros proyectos culturales y urbanos:
- La Walt Disney Concert Hall en el centro de Los Ángeles, que se volvió nuevo emblema de la ciudad y pieza clave en la reactivación de su downtown.
- El New World Center en Miami Beach y el Jay Pritzker Pavilion en Chicago, donde la arquitectura opera como infraestructura escénica y espacio público a la vez.
- La Fondation Louis Vuitton en París, un contenedor cultural-mercado de marca que mezcla mecenazgo, branding y experiencia urbana.
En Nueva York dejó huella con el IAC Building y la torre residencial de 8 Spruce Street, ejemplos de cómo su lenguaje de superficies metálicas y volumen ondulante migró del museo al mercado residencial y corporativo.
Pionero del diseño asistido por computadora
Gehry fue uno de los primeros arquitectos en explotar el potencial del diseño asistido por computadora y del software desarrollado originalmente para la industria aeroespacial.
Con herramientas como CATIA, su despacho pudo traducir maquetas y bocetos gestuales en geometrías construibles, liberando a la arquitectura de la tiranía del ángulo recto y del bloque ortogonal.
Esa alianza entre tecnología, escultura y construcción industrial le ganó críticas —por supuesta “arquitectura espectáculo”— pero también lo consolidó como el arquetipo del “starchitect”, etiqueta que él mismo decía detestar.
Influencia en ciudades, mercado inmobiliario y marca urbana
Para el ecosistema inmobiliario global, el legado de Gehry va más allá de la forma:
- Demostró que un activo cultural icónico puede detonar reposicionamiento urbano, como en Bilbao.
- Acreditó que la arquitectura puede funcionar como branding de ciudad, atrayendo turismo, inversión y talento.
- Abrió camino para que desarrolladores mezclen arte, cultura y real estate en proyectos de uso mixto, branded residences y complejos culturales-comerciales.
Sus edificios suelen polarizar: hay quien los considera esculturas espectaculares desconectadas del contexto, y quien los ve como catalizadores de energía urbana. Lo que es claro es que, desde los años noventa, cualquier conversación sobre museos, salas de conciertos o grandes equipamientos públicos pasa inevitablemente por el “antes y después” de Gehry.
Un cierre de ciclo para la arquitectura contemporánea
Frank Gehry siguió activo hasta sus noventa años, con proyectos como el Guggenheim Abu Dhabi, previsto para completarse hacia mediados de esta década.
Su muerte cierra un capítulo de la arquitectura contemporánea en el que los edificios dejaron de ser solo contenedores y se convirtieron en objetos culturales capaces de reescribir la narrativa de una ciudad.
Para quienes desarrollan, financian o gestionan activos urbanos, su obra recuerda que la arquitectura, cuando asume riesgos y dialoga con el arte, puede cambiar no solo skylines, sino economías completas.