México es uno de los países más visitados del mundo, su ascenso reciente en los escalafones de las cifras de la Organización Mundial de Turismo (OMT) son el orgullo de la política turística nacional, comandada por la Secretaría de Turismo (SECTUR) en las últimas décadas.

Según estadísticas del Barómetro de Turismo Mundial en 2021, México se convirtió en el 2º país más visitado del planeta con 51 millones de llegadas internacionales. Si bien México se vio muy afectado por la caída del turismo durante la pandemia de Covid-19 que comenzó en 2020, el impacto fue global y otras potencias turísticas como España y Estados Unidos sintieron aún más el paro de la llegada de visitantes. Sin embargo, México mantuvo sus fronteras abiertas y los visitantes internacionales han aumentado constantemente.

Pero más allá del honroso título de segundo país turístico a nivel mundial, en el país (y en todo el mundo) el turismo está aún lejos de ser ambiental, social y económicamente sostenible.

La noción de turismo sostenible por la que se ha abogado, al menos desde la década de 1990, establece que: el turismo sostenible debe permitir su desarrollo sin comprometer los recursos naturales, patrimoniales, sociales y culturales de las comunidades receptoras. Esa es la guía y las ‘buenas prácticas’ a nivel internacional van improvisando para cumplir con algunos de los aspectos sostenibles de la explotación turística.

En ocasiones se piensa en incluir a las sociedades locales en las actividades turísticas, a veces se piensa en restringir la frecuentación, también se piensa en cuotas compensatorias o impuestos o en la eficiencia energética de la hotelería. Sin embargo, la realidad nos enfrenta a una contradicción de origen: el turismo es por principio un consumo y, por tanto, funciona explotando, agotando y alterando el contexto socioespacial visitado. Y esta es una historia de más de 150 años, aunque fue hasta hace unos 30, que el desgaste se volvió alarmante, con un pico de más de 1,500 millones de turistas mundiales en 2019.

En la Ciudad de México, el turismo alcanzó un punto relativamente alto en el par de años precedentes, considerando la pandemia de SARS-COV-2. La capital mexicana fue uno de los destinos en recibir una significativa afluencia de visitantes nacionales e internacionales; unos 6.8 millones en hoteles en 2021.

Algunas de las razones que pueden explicar esa buena recepción de visitantes, en particular de los extranjeros, fueron las restricciones de confinamiento mucho más flexibles que en los países del norte; y la diferencia del tipo de cambio con un costo de vida mucho más reducido que en los países de origen.

Como síntoma, las plataformas de redes sociales TikTok, Instagram y Twitter están repletas de publicaciones que discuten lo ‘barata’ y cuánto está de moda la Ciudad de México. En términos de sostenibilidad social y económica, esto ha generado una reacción cada vez mayor de los locales.

Las áreas de la ciudad que son las más propensas a aparecer en Instagram o en blogs de viajes son inaccesibles para el mexicano promedio, mientras que muchos turistas pueden costearlas gracias a sus salarios en dólares o euros.

Es recurrente la aparición de colonias como la Condesa, Roma, Polanco y Juárez en las publicaciones de redes sociales. Esas historias vitales, para construir los imaginarios turísticos, sugieren de todo, desde ‘La Ciudad de México es un cuento de hadas’ hasta ‘hazte un favor y trabaja a distancia desde la Ciudad de México: es realmente mágico’.

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Aparentemente, el turista promedio (es decir, cualquiera de nosotros) ignora que estas son las áreas más privilegiadas en la megalópolis de más de 20 millones de personas con altos grados de desigualdad social. Muchos de estos tuits han generado memes que se burlan de la experiencia turística de la ciudad. Incluso, se ha bromeado, dada la afluencia extrema de turismo, que la colonia Roma se ha convertido en un sexto distrito de la ciudad de Nueva York.

En México, el turismo de los años recientes ha estado marcado por la tendencia emergente de afluencia de trabajadores a distancia, intensificada por la pandemia de Covid-19. Muchos turistas, cansados de los requisitos de distanciamiento social en su país, junto con el aumento del costo de vida, han venido a México.

Lo anterior está relacionado con el hecho de que nuestro país fue de los únicos que no tuvieron restricciones de viaje por la pandemia. Durante el apogeo de contagios a nivel mundial, en un artículo de finales de 2021 que causó controversia, se daba cuenta de cómo la élite de todo el mundo acudía en masa a la Ciudad de México o a Tulum para disfrutar de las pocas restricciones de la pandemia, incluso cuando miles de mexicanos eran hospitalizados debido al virus.

Este tipo de impactos socio-espaciales del turismo tienen una larga y complicada historia en el contexto mexicano. En los principales destinos nacionales como Acapulco, Cancún, Cabo San Lucas, Puerto Vallarta, San Miguel de Allende y Oaxaca, por mencionar algunos, los síntomas son similares.

En particular, la Península de Yucatán ha dado cuenta de una historia de violaciones de derechos humanos y degradación ambiental relacionada con el turismo. Tulum, el favorito de la élite bohemia, ha visto una cantidad cada vez mayor de críticas a medida que los precios suben, junto con la violencia detonada por cárteles de narcotráfico y la degradación ambiental.

Los medios de comunicación preguntan ‘¿Quién mató a Tulum?’ Más recientemente, el New York Times cuestionó si Zipolite, una playa atesorada por la comunidad LGBTI en Oaxaca, puede sobrevivir a la avalancha de turismo que ha recibido durante la pandemia, sin perder su encanto. Basándonos en ejemplos anteriores, la respuesta seguramente será ‘no’.

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Por lo tanto, ¿qué podemos hacer?

El turismo es una parte importante de la economía de México y el sustento de muchos ciudadanos depende de él; no podemos escapar de esa realidad. Entonces surge la pregunta: ¿cómo puede evolucionar el turismo para ser más sostenible desde el punto de vista económico, social y ambiental?

Por un lado, el turismo puede crear empleos, iniciar el desarrollo de infraestructura y crear oportunidades de mejora comunitaria. Sin embargo, por otro lado, cuando se sobrepasa la capacidad de carga del destino puede conducir a realidades de explotación, degradación ambiental, aburguesamiento y dependencia económica. El equilibrio es muy frágil y, por lo que se ha visto en los destinos mexicanos, pronto se erosiona el beneficio a largo plazo para los anfitriones.

Es imperioso ir definiendo algunas pistas para comenzar un mayor acercamiento a la sostenibilidad. Se debe cambiar el discurso dominante, tanto político como empresarial, sobre los parámetros que miden el ‘éxito’ turístico y la suposición de que todo turismo es bueno en sí.

A menudo se presenta al turismo como un factor positivo para las comunidades locales, mientras que los gobiernos y el sector privado celebran los puestos de trabajo que se originan. La realidad, no obstante, es que la mayoría de esos trabajos son de baja remuneración, presentan pocas oportunidades de mejora laboral y a veces no cumplen tan siquiera con las prestaciones mínimas de ley: son empleos precarios.

Ahora, en lugar de medir el impacto del turismo en términos de la cantidad de empleos creados y cantidad de dinero obtenido, debemos preguntarnos: ¿a dónde van los dólares de los turistas (es decir, cuánto se queda realmente en la comunidad local)? ¿qué tipos de empleos se están creando: son empleos mal pagados con pocos beneficios y oportunidades de crecimiento? ¿cómo el turismo está impactando en la ecología, en la cultura local y en la desigualdad social? ¿se toma en cuenta a la comunidad en las decisiones para desarrollar los proyectos turísticos en sus pueblos y ciudades?

No negamos que con el aumento del turismo surgen oportunidades, importantes inversiones en infraestructura urbana que pueden fomentar ciudades y pueblos más sostenibles como: plantas tratadoras de agua, sistemas de reciclaje y tratamiento de desechos, carriles para bicicletas, nuevos espacios públicos, esquemas de ‘revitalización’ urbana y patrimonial, entre otros valiosos ejemplos.

No obstante, en lugar de enfocar estas inversiones únicamente en áreas turísticas de la ciudad, como suele ser el caso, el enfoque puede cambiarse a un desarrollo de infraestructura más equilibrado en toda la ciudad, acercando beneficios para todos aquellos que más lo necesitan.

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Se debe apoyar más el ecoturismo, no desde una perspectiva de marketing, sino desde una perspectiva basada en la comunidad y su medio ambiente, con el respeto a la capacidad de carga de los mismos. La derrama económica del turismo puede ser mejor distribuida para desarrollar proyectos en conjunto con la comunidad, trabajando para atender sus necesidades. Muchas de estas ideas no son nuevas, pero abogamos para que tengan una mayor presencia en las prácticas turísticas de nuestro país.

Finalmente, recordemos que México no está solo. Países y ciudades de todo el mundo cuestionan desde hace décadas el impacto a largo plazo del turismo. Ciudades como Barcelona, Lisboa, París y Berlín, por nombrar algunas, cotidianamente tienen que lidiar con los impactos del turismo.

Dado el alto nivel de turismo internacional en México, nuestro país tiene la oportunidad de convertirse en un líder mundial, si coloca a la sostenibilidad social, ambiental y económica a la vanguardia de la industria turística.

La sostenibilidad turística es una oportunidad, no una limitante. Lo anterior, a medida que el cambio climático se intensifica a nivel mundial. Si nuevas amenazas como pandemias, desastres naturales o guerras se intensifican, los enfoques habituales del turismo masivo serán cada vez menos deseables y rentables. Entonces, ¿cómo podemos avanzar para crear un sistema de turismo que coloque la dignidad humana y la sostenibilidad al frente de la industria?

Un primer paso puede ser el desarrollo de indicadores que no solo se centren en la creación de empleos y el desarrollo económico, sino también en la sostenibilidad social, ambiental y cultural a largo plazo del turismo, dentro de los pueblos y ciudades de México.

Para obtener más información, visite: www.tec.mx

Por: Dr. Ryan Anders Whitney, Profesor Investigador, Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño, Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. ryan.whitney@tec.mx

Dr. David Navarrete Escobedo, Profesor Titular, Departamento de Arquitectura de la División de Arquitectura, Arte y Diseño, Universidad de Guanajuato. davidnavarrete@ugto.mx

*Nota del editor: Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Inmobiliare.